Para
hablar de los orígenes de la medicina, es preciso hacerlo antes de los rastros
dejados por la enfermedad en los restos humanos más antiguos conocidos y, en la
medida en que eso es posible, de las huellas que la actividad médica haya
podido dejar en ellos.
Mark
Armand Ruffer (1859-1917), médico y arqueólogo británico, definió la
paleopatología como la ciencia de las enfermedades que pueden ser demostradas
en restos humanos de gran antigüedad.
Dentro
de las patologías diagnosticadas en restos de seres humanos datados en el
Neolítico se incluyen anomalías congénitas como la acondroplasia, enfermedades
endocrinas (gigantismo, enanismo, acromegalia, gota), enfermedades degenerativas
(artritis, espondilosis) e incluso algunos tumores (osteosarcomas),
principalmente identificados sobre restos óseos.
Entre los vestigios arqueológicos de los
primeros Homo sapiens es raro encontrar individuos por encima de los cincuenta
años por lo que son escasas las evidencias de enfermedades degenerativas o
relacionadas con la edad.
Abundan, en cambio, los hallazgos relacionados
con enfermedades o procesos traumáticos, fruto de una vida al aire libre y en
un entorno poco domesticado.
La excepción a esta norma la encontramos en la
tuberculosis, considerada por varios autores como la enfermedad humana más
antigua que se conoce.
Una de las hipótesis más aceptadas sobre el
surgimiento del Mycobacterium (el germen causante de esta enfermedad) propone
que el antepasado común denominado M. archaicum, bacteria libre, habría dado
origen a los modernos Mycobacterium, incluido el M. tuberculosis.
La mutación se habría producido durante el
Neolítico, en relación con la domesticación de bóvidos salvajes en África.
Las primeras evidencias de tuberculosis en
humanos se han encontrado en restos óseos del Neolítico, en un cementerio
próximo a Heidelberg, supuestamente pertenecientes a un adulto joven, y datados
en torno a 5000 años antes de nuestra era.
También se han encontrado datos sugestivos de
tuberculosis en momias egipcias datadas entre los años 3000 y 2400 a. C.
En
cuanto a los primeros tratamientos médicos de los que se tiene constancia hay
que hacer mención a la práctica de la trepanación (perforación de los huesos de
la cabeza para acceder al encéfalo). Existen hallazgos arqueológicos de cráneos
con signos evidentes de trepanación datados en torno al año 3000 a. C. en los
que se postula la supervivencia del paciente tras la intervención.
Los más antiguos se han hallado en la cuenca
del Danubio, pero existen hallazgos similares en excavaciones de Dinamarca,
Polonia, Francia, Reino Unido, Suecia, España o Perú.
La
etnología, por otra parte, extrapola los descubrimientos realizados en culturas
y civilizaciones preindustriales que han conseguido sobrevivir hasta nuestros
días para comprender o deducir los modelos culturales y conductuales de las
primeras sociedades humanas.
En general, las sociedades nómadas,
recolectoras y cazadoras, no poseen la figura especializada del sanador y
cualquier miembro del grupo puede ejercer esta función, de manera
principalmente empírica.
En cambio, las sociedades asentadas, que han
abandonado patrones trashumantes y comienzan a aprovechar y modificar el
entorno en su provecho, tienden a especializar a un miembro del grupo en
funciones de brujo, chamán o sanador, con frecuencia revestido de algún poder o
influencia divina.
Estos sanadores suelen ocupar una posición
social privilegiada y en muchos casos se subespecializan para tratar diferentes
enfermedades, como se evidenció entre los aztecas, entre los que podía
encontrarse el médico chamán (ticitl) más versado en procedimientos mágicos, el
teomiquetzan, experto sobre todo en heridas y traumatismos producidos en
combate, o la tlamatlquiticitl, comadrona encargada del seguimiento de los
embarazos.
Por otra parte, las sociedades primitivas
suelen considerar al enfermo como un «impuro», especialmente ante procesos
patológicos incomprensibles, acudiendo a la explicación divina, como causa de
los mismos.
El enfermo lo es porque ha transgredido algún
tabú que ha irritado a alguna deidad, sufriendo por ello el «castigo»
correspondiente, en forma de enfermedad.
La evolución de la medicina en estas sociedades
arcaicas encuentra su máxima expresión en las primeras civilizaciones humanas:
Mesopotamia, Egipto, América precolombina, India y China. En ellas se expresaba
esa doble vertiente, empírica y mágica, característica de la medicina
primitiva.
El
principal testimonio de la forma de vida de las civilizaciones mesopotámicas se
encuentra en el código de Hammurabi, una recopilación de leyes y normas
administrativas recogidas por el rey babilónico Hammurabi, tallado en un bloque
de diorita de unos 2,50 m de altura por 1,90 m de base y colocado en el templo
de Sippar. En él se determinan a lo largo de trece artículos, las
responsabilidades en que incurren los médicos en el ejercicio de su profesión,
así como los castigos dispuestos en caso de mala praxis.
Código de Hammurabi |
Gracias a este texto y a un conjunto de unas
30.000 tablillas recopiladas por Asurbanipal (669-626 a. C.), procedentes de la
biblioteca descubierta en Nínive por Henry Layarde en 1841 ha podido intuirse
la concepción de la salud y la enfermedad en este período, así como las
técnicas médicas empleadas por sus profesionales sanadores.
De
todas esas tablillas unas 800 están específicamente dedicadas a la medicina, y
entre ellas se cuenta la descripción de la primera receta conocida. Lo más
llamativo es la intrincada organización social en torno a tabúes y obligaciones
religiosas y morales, que determinaban el destino del individuo. Primaba una
concepción sobrenatural de la enfermedad: esta era un castigo divino impuesto
por diferentes demonios tras la ruptura de algún tabú.
De este modo, lo primero que debía hacer el
médico era identificar cuál de los aproximadamente 6000 posibles demonios era
el causante del problema.
Para ello empleaban técnicas adivinatorias
basadas en el estudio del vuelo de las aves, de la posición de los astros o del
hígado de algunos animales.8 A la enfermedad se la denominaba shêrtu. Pero esta
palabra asiria significaba, también, pecado, impureza moral, ira divina y
castigo.
Cualquier dios podía provocar la enfermedad
mediante la intervención directa, el abandono del hombre a su suerte, o a
través de encantamientos realizados por hechiceros.
Durante la curación todos estos dioses podían
ser invocados y requeridos a través de oraciones y sacrificios para que
retirasen su nociva influencia y permitiesen la curación del hombre enfermo. De
entre todo el panteón de dioses Ninazu era conocido como «el señor de la
medicina» por su especial relación con la salud.
El diagnóstico incluía, entonces, una serie de
preguntas rituales para determinar el origen del mal:
¿Has enemistado al padre contra el hijo? ¿O al
hijo contra el padre? ¿Has mentido? ¿Has engañado en el peso de la balanza?
Y los tratamientos no escapaban a este patrón
cultural: exorcismos, plegarias y ofrendas son rituales de curación frecuentes
que buscan congraciar al paciente con la divinidad o librarlo del demonio que
le acecha.
No obstante, también es de destacar un
importante arsenal herborístico recogido en varias tablillas: unas doscientas
cincuenta plantas curativas se recogen en ellas, así como el uso de algunos
minerales y de varias sustancias de origen animal.
El nombre genérico para el médico era asû,
pero pueden encontrarse algunas variantes como el bârû, o adivinador encargado
del interrogatorio ritual; el âshipu, especializado en exorcismos; o el
gallubu, cirujano-barbero de casta inferior que anticipa la figura del barbero
medieval europeo, y que encuentra homólogo en otras culturas (como el Tepatl
azteca). Este sajador se encargaba de sencillas operaciones quirúrgicas
(extracción de dientes, drenaje de abscesos, flebotomías...).
En el Museo del Louvre puede contemplarse un
sello babilónico de alabastro de más de cuatro mil años de antigüedad con una
leyenda en la que se menciona el primer nombre conocido de un médico: ¡Oh,
Edinmungi, servidor del dios Girra, protector de las parturientas,
Ur-Lugal-edin-na, el médico, es tu servidor!10 Este sello, empleado para firmar
documentos y recetas, representa dos cuchillos rodeados de plantas medicinales.
La invasión persa del año 539 a. C. marcó el
final del imperio babilónico, pero hay que retroceder de nuevo unos tres mil
años para hacer mención a la otra gran civilización del Próximo Oriente antiguo
poseedora de un lenguaje escrito y de una cultura médica notablemente avanzada:
la egipcia.
0 comentarios:
Publicar un comentario